Como madre de familia, había que hacer múltiples combinaciones para llegar a todo. Es por eso que cuando llegaba el verano, atendía una seria de actividades que el resto del año no hacía.
En la huerta familiar, muy cerca de Madrid, pasábamos los veranos, compaginábamos el trabajo y el recreo cuando se podía. Una de las actividades era la siembra de todo tipo de hortalizas: calabacín, pepino, tomate, berenjenas, pimientos… También teníamos sandias, melones, estos se nos daban peor, todos decíamos que sería por la tierra que no era la más adecuada, pero aun así nos sabían a gloria, porque los habíamos creado nosotros.
Cuando llegaba la época de recolección de cada materia prima, no sabíamos qué hacer con tanta cantidad, así que decidimos envasarla para poder disfrutar de esos manjares durante todo el año.
Los tomates eran la estrella, una vez que los cogíamos bien coloraditos, los extendíamos en unas mesas metálicas muy largas en el sótano de la casa, para esperar al fin de semana y poder envasarlos, ya que era el momento en el que nos juntábamos todos con tiempo para poder dedicarnos a ello. A día de hoy lo sigo recordando como un momento agradable en familia, a pesar de que supusiera un trabajo y esfuerzo muy grande hacer toda la cantidad de tomates que teníamos. Merecía la pena!